Había una vez un enólogo que se fue a Francia. Y cada tanto el hombre se da una vuelta por Mendoza y me da una master class de vitivinicultura y de vinos. Junto a su equipo enológico este hombre de tono firme y encendido, buen humor, lentes pequeños y grandes manos con rastros tintos nos deja varias lecciones. Es Leo Borsi, ese que hace remontajes a sólo 20 minutos de tener que abordar un avión para volver al otro terruño.
Y amaga una vez más con poner a disposición de pocos, no por elitista, si no porque hay pocas botellas, su Rebelión Garage. Es una poción mágica de malbec. Diferente. Machacante en la boca. En definitiva, rebelde. Y está buenísimo. Además, se disfruta ese juego Viejo-Nuevo mundo entre el vino hecho con uvas de Rama caída, de San Rafael y el Vieux Telegraphe de Chateauneuf du Pape (un caldo conformado por 60% de Grenache, 15% de Sirah, 15% de Mourvedre, 5% de Cinsault y 5% Clerete). En el medio de la cena surgen las discusiones sobre el terroir y los meandros del río (tal cómo nos lo aclara el siempre interesante ingeniero agrónomo Ricardo García). La charla deriva a veces en recuerdos etílicos (al fin y al cabo de eso se trata). Ricardo vuelve a la infancia y a su viejo que determina que el mejor vino es el Suter Etiqueta Marrón. Y los argumentos se dan de bruces. Sin embargo, retomamos y volvemos a las discusiones. Pero en el fondo, todo termina allí. En el paladar de cada uno, en la idiosincracia, en lo que nos gusta hacer y beber. Para eso están ellos. Leo Borsi y Ricardo García. Uno aparece en la foto. El otro no quiere. Ambos trabajan por lo mismo. Por la pasión del vino. Eso es.
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